Al escuchar el sonido del timbre de la cocina, levanté el auricular y me respondió el suboficial Rubén Solórzano “truquini”, quien me acompañaba desde hace varios años. Era uno de los más leales y en los momentos más difíciles había pasado la prueba de la amistad.
La vida de un policía es dura y las vicisitudes nos hacen desconfiados y difíciles para crear y mantener una amistad por largo tiempo.
Pero con “Truquini” la amistad se hizo a fácil. Por propia iniciativa, se hizo cargo de mi seguridad personal y actuaba como chofer , convirtiéndose en un fiel guardián.
Habían pasado siete años trabajando en lo mismo, contra el terrorismo, desde que nos conocimos en la provincia de Pampas, Provincia de Tayacaja, lugar hacia donde fui destacado en 1986 .
Pampa es un hermoso valle perdido en la serranía de Huancavelica, ubicado a dos horas de Huancayo.
En 1987, volvimos a encontrarnos en el Delta 7 de la DINCOTE. Y desde esa fecha, salvo breves interrupciones, siempre estuvo conmigo, a veces como operativo, otras veces como chofer y algunas veces como un leal confidente .
Pulsé el botón y los pocos segundos se escuchó el golpe metálico, señal de que la puerta de abajo del edificio se abría para dar acceso a la escalera.
A grandes trancos, “Truqini” subió al quinto piso donde ocupaba uno de los tres departamento del Complejo Habitacional “Julio Ponce Antunez de Mayolo” , llamado así en memoria de este oficial del EP que murió estrellado cuando piloteaba un helicóptero, cerca a la línea fronteriza Perú-Ecuador, durante en el conflicto fronterizo de 1981.
A los pocos minutos, en el umbral de mi puerta apareció el rostro aceitunado, redondo, aceitunado de “Truquini”, dibujando una fácil pero forzada sonrisa.
-Tío, tengo novedades, una buena y otra mala: ¿cuál desea que le diga primero?
Cada vez que utilizaba esa frases , tenía mala espina .
Al terminar de lanzar esta pregunta, se quedó mirándome , fijamente. Lo conocía bien. Esta era la forma original de decirme “ existe problemas”.
Se atravesó raudo por mi mente que el robo del vehículo Nissan que se lo había llevado el día anterior para guardarlo en su casa y así llegar temprano a mi casa. Miré hacia abajo, buscando el vehículo y me tranquilicé al verlo estacionado en la calle.
Truquini hacía esfuerzos sobrehumanos para seguir manteniendo su sonrisa como antesala a una disculpa que había ensayado. Algo se cocinaba dentro de él.
- Bien, Rubén, empieza por la noticia mala – le inquirí.
- Anoche, Tío, mientras dormía en mi casa, me pulieron los choros la luna trasera del auto, subieron por la pared y sacaron el vidrio y no sentí nada- dijo compungido-.
Hacía un gran esfuerzo para no perder su forzada sonrisa; la sonrisa de un niño que busca ser perdonado después de realizar una travesura.
Eso es todo … ahora dime la buena noticia.
Se sorprendió, esperaba recriminaciones, pero nada.
- La buena, Tío, los choros no robaron la radio del carro, está ahí … eran sólo raterillos de luna que actúan a pedido.
Lo invité a sentarse a la mesa para acompañarme en el desayuno.
No había nada más que hacer. De todas maneras, el robo me iba a causar un dolor de cabeza y un golpe al bolsillo. Empezar una noticia con esta, no era del todo agradable, la luna posterior para el Nissan costaba entre 200 a 300 nuevos soles que tenían que ser restados de mi magro sueldo de policía que no llegaba ni a 1,500 nuevos soles.
Eran las 8:45 am. Cuando bajamos por la escalera del edificio hacia el vehículo que nos iba a llevar hacia la Fortaleza. Mi esposa todavía no retornaba de la travesía para dejar a mis hijos con destino a la escuela. Por medidas de seguridad, habíamos quedado que nunca íbamos a salir juntos de la casa, menos con los niños. Ella primero , yo después , dejando un tiempo prudencial.
Así, si los terroristas quisieran atentar contra mi vida, mi esposa e hijos no iba a ser testigos presenciales del "aniquilamiento selectivo" y cargar toda sus vidas con esos traumas que dejan como secuela este tipo de hechos sangrientos.
Más, aún, si los terroristas ya te habían "reglado", escapar de la emboscada era casi imposible. Tenía que calcular cada movimiento, con especial cuidado, en momento que sales de la casa. No debía ser previsible y entrar en la rutina.
Sin lugar a dudas , para los terroristas era una presa apetecible. Mi nombre era conocido y había aparecido en varios "reglajes" hecho por los destacamentos especiales, responsables de los "aniquilamientos selectivos", tanto del Comité Metropolitano como Socorro Popular.
Los combatientes esperaban atentos, agazapados, un error, el mínimo descuido. Esperaban que los "subjetivo corresponda con lo objetivo" o que exista correspondencia entre el reconocimiento, el reglaje, el juicio y la decisión del mando militar con la situación real del blanco u objetivo y la disposición de sus fuerzas para el aniquilamiento.
Cuando sientes que tu vida cuelga de un hilo y que en cualquier momento te puedes a la otra, esto hace que aprecies cada minuto de tu vida , y seas muy cuidadoso, que adoptes todas las medidas de seguridad.
Era importante que te convenzas de que "nadie te protege mejor que tú mismo".
Los senderistas en sus planes evitaban el subjetivismo, tratando de resolver la contradicción entre lo subjetivo y lo objetivo. Si no se sujetaban a ello, eran duramente cuestionados y tildados de "subjetivismo". Pero si encuentran tu "reglaje" en un plan operativo táctico y logras neutralizarlo a tiempo, eso no quiere decir que se olvidaron de ti. Eso nunca. Te pasaban como objetivo para la próxima campaña y aparecían nuevamente en la lista, esperando que las condiciones objetivas se presenten.
Pero había un detalle importante: los senderistas casi nunca atentaban contra tu familia. Si eras el blanco y por azar del destino estabas acompañado de tu familia, no lastimaban a los tuyos . Sólo les interesaban las cabezas de la "reacción" o del Poder Local.
En Directiva de Mayo para Lima Metropolitana (mayo 91), el Comité Central del PCP-SL había dado instrucciones a los combatientes para seleccionar bien a los objetivos de los futuros aniquilamientos selectivos. Nada de golpear policías que cubren servicios en la calle, el aniquilamiento debía ser de los jefes especializados en la lucha contrasubversiva, siguiendo un orden de prelación: primero marinos, luego militares, siguen los aviadores, las fuerzas especiales, genocidas , y al final, todos los que tienen "deudas de sangre con el partido " (torturadores, mesnadas, ronderos, etc.)
Mi nombre estaba en la lista de los "jefes especializados en la lucha contrasubversiva" y los terrucos tenían algo a su favor: todo el tiempo para pensar y planificar sus atentados.
Si te descuidabas un segundo, eras historia. Si te dejabas envolver por rutina y tus movimientos eran previsibles, tu "suerte estaba echada".
- Tío, se ha dado cuenta de los rostros que nos miran a través de las cortinas de sus ventanas- observó un día “Truquini”, cuando bajábamos por la escalera del edificio donde vivía.
Eran miradas fugaces de los vecinos, llenas de temor, cada vez que salía, asomaban curiosos detrás de las cortinas de sus ventanas. Estaban pendientes de mi salida. Cuando se sentían descubiertos, cerraban raudos las cortinas. Siempre tuve la percepción de que además de curiosidad, en sus miradas había cierto morbo.
Tal vez, esperaban ser testigos de un espectáculo sangriento: verme volar en mil pedazos en los aires como consecuencia de un Coche Bomba o caer con la cabeza destrozada como resultado de varios tiros en la cabeza.
Para ellos era un condenado a muerte que iba en busca de su destino.
Por aquel tiempo, la violencia se había hecho cultura en mi país y escuchar o ser testigo o enterarse por los medios de comunicación de la muerte de un policía en manos de los terroristas era asunto cotidiano. La prensa se encargaba de poner los ingredientes e informar estos hechos con lujo de detalles, alimentando el morbo.
El 12 de setiembre, cuando bajaba por las escaleras, las miradas de mis vecinos se habían vuelto insistentes con atisbos de nerviosismo y temor.
En parte, era comprensible. A nadie le gusta que en su edifico viva un policía antiterrorista y que podía ser víctima de un atentado. La violencia terrorista iba in crescendo y con motivo del cierre del Congreso por el presidente Fujimori, el 5 de abril, los dinamitazos y Coches Bombas se hicieron frecuentes.
Este hecho favorecía los planes senderistas. La coyuntura política les era favorable.
Guzmán había vaticinado que el Gobierno iba a aumentar su "reaccionarización" y el cierre del Congreso le daba la razón. Ellos se convertían y erigían como una fuerza insurgente, paladines de la democracia. Su guerra se convertía en justa y necesaria, debido a que el pueblo tiene derecho a la insurgencia, según la Constitución Peruana.
" ... se abren avances en posiciones fascistas de Fujimori quien marcha hacia la centralización absoluta, concreta, absolutismos del ejecutivo y más específicamente absolutismo presidencialista"- había previsto en líder senderista en el documento “Sobre Las Dos colinas”.
La ofensiva senderista se intensificó en todo el país. Entre el cinco de abril y la tercera semana de mayo, diez coches-bombas explosionaron en Lima , la mayoría de ellos contra locales y delegaciones policiales ( uno fue contra el edificio de apartamentos en Miraflores).
Atentado terrorista al Canal 2 TV
Los resultados en daños materiales fueron devastadores.
El 16 de julio de 1992, una camioneta panel conteniendo 36 sacos de Anfo con dinamita (1,800 kilos de Anfo ), camuflados en su interior, explosionó en la calle Tarata, en pleno centro del distrito miraflorino y frente a un edificio de apartamentos cuando cuatro senderistas tuvieron que abandonarla por desperfectos mecánicos y porque ya habían prendido las mechas lentas. No pudieron llegar a su objetivo que era el Hotel Las Américas.
El vecindario donde habían restaurantes, cafés y hoteles de lujo, quedó destruido.
Al explosionar el carro-bomba cerca al edificio de la calle Tarata, las ondas expansivas destrozaron ventanas de vidrios, resquebrajaron las paredes y murieron varias personas y otras quedaron heridas, atrapadas entre las ruinas de los trozos de concreto.
Los daños materiales fueron cuantiosos: más de 200 negocios quedaron dañados, 164 apartamentos destruidos, 20 muertos y cerca de 100 heridos de consideración.
Los sabotajes a comisarías con carros- bombas (considerados combates guerrilleros para los senderistas porque se hacían con ataque de fusilería y granadas) continuaron con las acciones planificadas para la 5ta. ofensiva del plan complementario de la gran culminación del plan piloto de "impulsar".
A las 22:30 horas, un coche-bomba (Enatru con 12 sacos de Anfo y un aproximado de 660 kilos) explosionó cerca a la Comisaría de Villa El Salvador matando al capitán PNP Pércovich, dejando heridos a varios policías que estaban de turno esa noche. El capitán era sindicado por SL como responsable de organizar rondas urbanas contra ellos.
A la cinco de la madrugada, colocan un coche-bomba con 15 sacos de Anfo en la Comisaría de Bellavista y casi a la misma hora, dejan otro en el Cuartel del EP de Pueblo Libre, donde murieron dos soldados.
Otro coche-bomba, con 20 sacos de Anfo, fue dejado detrás de las instalaciones de la Dirección de Personal de la Policía Nacional. Como resultado de las ondas explosivas mueren cuatro policías y doce quedaron heridos de gravedad. Cuatro días después, otro coche-bomba destruye las instalaciones del Instituto Libertad y Democracia, a cinco cuadras de la calle Tarata.
Toda esta situación generada por el cierre del Congreso, explicaba con creces las actitudes de miedo (¿ o terror ?) que asaltaba diariamente a mis atribulados vecinos del edificio 5 de Fonavi-Pando.
Después del atentado al edificio de Tarata (Miraflores), sus temores se convirtieron en pánico. No querían que sucediese en mi edificio un atentado de esta naturaleza.
- "¡Váyanse de aquí, no queremos que suceda lo mismo que al edificio de Tarata!". Un día dejaron esta advertencia debajo de mi puerta, la misma que fue encontrada por mi esposa, cuando salía a dejar a mis hijos hacia la escuela.
Esa noche mi mujer no pudo conciliar el sueño.
- "Los vecinos no nos quieren ver ni en pintura. Saben que trabajas en la DINCOTE y tienen miedo que el edificio vuele como Tarata" - me comentó al día siguiente.
- Así nos obliguen a irnos de acá, no tenemos otra alternativa que quedarnos, es nuestra casa- le dije para tranquilizarla. Y, agregue una frase que tenía para estas ocasiones “ cada uno es dueño de sus miedos y nadie vive más horas de las que Dios nos da”.
Estas palabras la calmaron y nunca más volvió a tratar este tema.
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